CONSTRUCTIVAS
“Yo no soy mucho de hablar, pero hago un esfuerzo para poder contar mi historia
UNA NIÑA LLAMADA COLOMBIA
Colombia es una niña afro que ha crecido en un mundo de condiciones difíciles. Sin embargo, también es una niña que tiene sueños, metas, ambiciones, y un gran potencial de construir un mejor futuro para la infancia y la adolescencia.
Por: Alejandro Estrada y Cristina Soto
*Todos los nombres de NNA y de instituciones fueron cambiados para la protección de estos.
Eran aproximadamente las 10:00 de la mañana, el grupo de voluntarios llegamos al Hogar de emergencia San Miguel, un lugar de paso del ICBF donde se retienen menores de edad involucrados en un proceso judicial mientras un juez define su situación jurídica. Cualquiera imaginaría que, al ser un lugar para niños, niñas y adolescentes (NNA), este debía ser un espacio amigable, pedagógico y alegre. Sin embargo, la realidad dista mucho de esta idea. Por el contrario: es un lugar frío, muy similar a un centro de reclusión, donde los NNA se manejan con un régimen cuasi-militar y donde cualquier actividad lúdica es la mayor expresión de esperanza para ellos.
Como todos los sábados, iniciamos la jornada con un juego de roles por bases que habíamos preparado con anticipación el día anterior. En nuestra base, la actividad consistía en correr y saltar por la cancha. Todo parecía normal, los niños estaban gritando alegremente, pero no obstante, una niña comenzó a sentirse asfixiada. Al darnos cuenta de esto, fuimos a reposar con ella a una esquina de la cancha. Fue en este momento que tuvimos la fortuna de conocer a María, una niña afrocolombiana de cinco años de edad, quien nos contaba que padecía de asma y que por ende no podía hacer actividad física. Cuando le preguntamos dónde tenía su inhalador, nos comentó que ella había llegado al hogar de paso ese mismo día en la madrugada, y que por esta razón no tenía absolutamente nada.
De este modo fue que la historia de María comenzó a surgir de forma natural: nos comenzó a contar que la policía la había rescatado de su casa la noche anterior, producto de una llamada de sus vecinos que, asustados, escuchaban los gritos de una niña al interior de su casa: su madre le estaba quemando los brazos con la estufa de la cocina. Esta niña de tan solo cinco años era María. Las heridas que procedió a mostrarnos en su brazo demostraban lo doloroso que debió haber sido para ella que su propia madre le infringiera semejante lesión, no solo física sino también emocional. Al contarnos su emotiva historia, nos dimos cuenta que ni una sola lágrima se derramaba de sus ojos, sino que nos contaba con completa naturalidad que su madre siempre la insultaba y golpeaba, hasta el punto que parecía ser que esto se había vuelto su cotidianidad, y que la única persona que ella sentía que la quería era una prima, a quien su madre no le permitía ver por el hecho de ser trabajadora sexual.
Fue así como le preguntamos cómo se sentía en este nuevo lugar con personas de su misma edad y lejos del peligro de su propia familia, y la respuesta, muy alejada a la que esperábamos, parecía mostrar cada vez una realidad más cruda.
En palabras de María: “Cuando llegué aquí, todos me miraron feo y nadie quería sentarse a mi lado, me decían que yo era muy fea por ser negra y que mi pelo era horrible, por eso no tengo amigos. Desde el principio me asignaron con código blanco, y mis otras compañeras de habitación no me quieren hablar”.
Ahora bien, lo primero que cualquiera se preguntaría es: ¿A qué se refiere con código blanco? Este es el código que le asignan a los casos de violencia sexual. Es una atrocidad pensar que algo de semejante dimensión e importancia se reduzca a un simple código que puedan inscribir en una simple base de datos. Relató que no tenía padre, precisamente porque su progenitor la había violado de pequeña y se encontraba cumpliendo la pena en alguna cárcel colombiana. Al catalogarla como una más que hacía parte del llamado código blanco, inmediatamente, se destruyeron sus oportunidades de entrar a formar parte del hogar de paso cómo una niña más, sin colores o etiquetas. Al revés, entró con una etiqueta que, entre niños, es imborrable.
Siendo así las cosas, nos dimos cuenta cómo María no tenía protección, no tenía juguetes, no tenía inhalador, no tenía familia, no tenía amigos y, en una sola palabra, no tenía amor. María, a sus 5 años no tenía absolutamente nada. Dentro de todo, tenía un gran sueño de ser arquitecta y de construir esas casas que alguna vez vio a través de la pantalla de un televisor. Ella soñaba con ir al colegio, la universidad y volverse muy famosa. Al contarnos acerca de esto, sus ojos se iluminaban a pesar de la expresión triste que invadía su cara. Pocas veces en la vida hemos visto en una niña la alegría de María cuando le contamos que ella era capaz de lograr lo que sea que se propusiera y que ella era hermosa tal cual era. Ella no podía creer lo que le estábamos diciendo, la alegría y la esperanza la habían llenado por completo y nos preguntaba repetidamente que si lo que le estábamos diciendo era enserio, pues por sus experiencias vividas, pensaba que la vida era todo lo contrario. Luego entendimos que ella nunca había tenido control sobre ninguna decisión de su vida, no había recibido nunca una expresión de afecto o admiración, no había podido soñar cómo cualquier otro niño de su edad, sino que por el contrario, le habían arrebatado su infancia y habían tomado todas las decisiones por ella, y peor aún sin su consentimiento.
Del juego de roles, procedimos a realizar una actividad de grupos en el que a cada NNA se les invitó a inventar un nombre, una porra y a dibujar una bandera con pinturas. Algunos niños pintaban el logo de su superhéroe favorito, otros pintaban la bandera de su equipo de fútbol, otros también pintaban nuestra gloriosa bandera nacional. Cuando fuimos a ver la bandera de María, ella había pintado un enorme corazón blanco, y en su interior la palabra “PAZ”. Tal parece ser que esto es lo único que ella anhelaba: paz en su hogar, paz en su entorno y paz en su vida. A ella poco le importaba de qué lugar fuera la bandera o a cual bando representaba, ella solo añoraba tener paz y amor dentro de un corazón, que en este caso, aunque en papel, representaba el suyo.
Así, Colombia es una niña afrocolombiana, una niña que no tiene amor ni estabilidad en sus hogares, mucho menos paz. Colombia, como María, es una niña que no tiene inhaladores y tampoco tiene sistemas hospitalarios rurales; una niña que ha sido vulnerada por la violencia sexual, por la violencia armada y por la violencia de la indiferencia de un país donde no hay garantías para la infancia y la adolescencia. Cada día de cuarentena hay 22 niñas y 4 niños víctimas de violencia sexual, con un total de 2.451 casos contra menores durante el aislamiento (y seguimos contando). Esta situación de encierro ha exacerbado estas cifras, ya que los niños víctimas de cualquier tipo de abuso por parte de sus cuidadores se encuentran en una situación de indefensión total al no poder salir de las cuatro paredes, donde desgraciadamente, tienen que convivir con esos monstruos. A pesar de que las instituciones públicas como el ICBF y la Procuraduría han manifestado sus esfuerzos para manejar este tema en el aislamiento, la violencia intrafamiliar sigue siendo una problemática, pues más del 90% de los casos de violencia sexual se da por parte de sus familiares en primer grado.
Desafortunadamente, nuestra visita con María fue muy corta, ya que cuando volvimos al Hogar de emergencia San Miguel con la ilusión de volver a verla, no estaba. En un lapso de dos semanas, se había ido. Al darnos cuenta de su ausencia, inmediatamente corrimos a preguntar dónde estaba María, y nos dijeron de forma repetida que esa información no la podían entregar por temas de protección a NNA. Sintiendo un gran vacío en el corazón, lo entendimos. Quizás hubiéramos estado más tranquilos si nos hubieran afirmado que ahora estaba en los brazos de una familia amorosa, o quizás en un hogar de paso donde la aceptaran y no fuese catalogada con un código o con un color de piel. Sin embargo, por más de que tratemos de encontrar respuestas, probablemente nunca las tendremos.
María, si algún día lees esto o nos volvemos a encontrar, queremos que sepas que te buscamos en todos lados. Dejaste una marca que será muy difícil de borrar. Nos mostraste la realidad de miles de niños en Colombia que se encuentran desamparados, y con una vida llena de injusticias. Si nos volvemos a encontrar, espero que sea leyendo en una revista la historia de cómo una niña afro colombiana cumplió sus sueño de ser arquitecta a pesar de sus adversidades. Ojalá nos volvamos a encontrar cuando te veamos cogida de la mano de unos padres amorosos que harán todo lo posible por verte feliz. Así te imaginamos, sonriente y resiliente a pesar de las dificultades que tuviste que enfrentar en tu niñez. Esperamos que te encuentres con otra gente que te reafirme lo importante, fuerte y capaz que eres. Por nuestro lado, haremos lo posible por reafirmarle a una niñez llamada Colombia que pueden cumplir sus sueños, y lo más importante de todo, que son dueños de su vida y de sus decisiones.