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OPINIÓN

¿A dónde fue a parar la libre expresión? 

Por: Camilo Betancourt Vesga

¿A dónde fue a parar la libre expresión? Una pregunta que hoy nos compete a todos. Hay quienes defienden ferozmente que —en la actualidad— somos testigos de la mayor diversidad y libertad en la historia del ser humano. Es un argumento lógico, ya que los avances sociales y los esfuerzos de las ciencias humanas han labrado el camino para una sociedad que todo lo incluye y todo lo tolera. Una sociedad en la cual las generaciones futuras y las generaciones de hoy son capaces de maximizar el desarrollo de su personalidad sin ser sometidos a ningún tipo de acoso. Pero, como una moneda, este argumento tiene dos caras. Hoy, con el máximo nivel de respeto posible, propongo una visión alternativa sobre el tema y les comparto un resumen en dos puntos claves de mi teoría sobre la libertad alcanzada por medio de la auto censura. 

La importancia de las redes sociales es innegable, pero el efecto que ha tenido sobre el arte de la argumentación es funesto. A mi parecer, el atraso en la capacidad argumentativa de nuestra generación y las subsiguientes surge de la búsqueda incesante de pertenecer a una mayoría, producida por las redes sociales. Argumentar en este tipo de escenarios no requiere un alto nivel de conocimiento, ni retórica, ni modales; de hecho, es un espacio donde se puede decir absolutamente todo sin repercusión alguna, desde que lo apoye la mayor cantidad de seguidores posibles no resulta cuestionable.  

Como naciones independientes, la gente se reúne y apoya ciegamente el argumento de una persona que posiblemente nunca hayan visto en su vida, y batallan de manera voraz contra aquellos que no se apeguen a su ideología. Es espeluznante pensar en que la gente es capaz de atrincherarse en un argumento cuya validez surge de los likes y reposts. Como sociedad, hemos desarrollado el hábito de dejar que piensen por nosotros, que nos sirvan en bandeja de plata para que comamos por entero todo lo que nos pongan enfrente. Considero que esta colectividad no representa libertad. Lo que sí representa es nuestra auto censura y omisión consciente de la capacidad racional por el miedo que nos da estar del lado opuesto de una turba que apoya ciegamente y cree todo sin cuestionarlo. 

Las naciones alrededor del mundo hoy se regocijan y se miden entre unas y otras por su capacidad de acomodar grupos marginados de la sociedad (étnicos, de género, etc.), y, aun así, es posible observar como el inconformismo lentamente infecta todos los rincones del mundo. En mi opinión, la zozobra presente hoy en nuestra sociedad surge de los cambios que se han implementado a nivel de políticas sociales por parte de los gobiernos para “diversificar”.  

Las políticas sociales de inclusión se originan por la reticencia de ciertos grupos a convivir en una sociedad donde el poder, históricamente, fuese ostentado por hombres heterosexuales pertenecientes a la etnia caucásica. No niego los horrores del pasado ni las desigualdades que se perpetraron para sostener el poder de ciertos personajes, pero lo que no puedo defender es la politización de la historia para adelantar la agenda política de diversos sectores. Uno de los ejemplos más claros de esto es la popularización del término “masculinidad tóxica”. Aunque no cuente con una definición oficial, lo que pretende elucidar este concepto es el efecto negativo de ciertos aspectos de la masculinidad. Abiertamente hombre y masculino, me pregunto ¿seré yo libre en una sociedad si mi identidad es considerada tóxica? La respuesta es no.  

No puedo ser libre en una sociedad donde mis opiniones pueden ser usadas para marginalizarme. Prefiero auto censurarme, es claro que hoy no todos cuentan con la misma libertad para expresarse. 

A modo de conclusión, aclaro que esto es mi simple opinión. 

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