OPINIÓN
La libertad a la luz de las tecnologías del siglo XXI
Por: Juan Diego Ruiz Candamil
La libertad se encuentra arraigada con profundidad en las bases filosóficas de occidente puesto que, con base en este concepto, nuestras sociedades han desarrollado la mayoría de las instituciones que nos permiten vivir fuera de un estado anárquico. Por ejemplo, el Derecho Privado está montado sobre la autonomía de la voluntad privada, principio que emerge de la libertad que tienen las personas de autorregular sus comportamientos dentro del marco de las leyes de un Estado, que, a su vez, parte de la suposición de que los ciudadanos le otorgaron una parte de su libertad y soberanía para que se gobierne velando por sus intereses. Esta breve ilustración, de la mano de la teoría jurídica, plasma en la realidad la trascendencia del postulado de que los hombres y mujeres son libres.
Asimismo, estas y muchas más instituciones basadas en la libertad se pensaron y desarrollaron en el contexto de las revoluciones ilustradas en el siglo XVIII. Sin embargo, la realidad que enfrentan los hombres hoy en día es diferente y desafía ese pilar fundamental. Antes de abordar el problema actual, es pertinente definir la libertad, que no es tarea fácil, pero de la gran amplitud de definiciones podemos concluir que, en la esencia de este concepto, está la posibilidad de decidir nuestras acciones. Por consiguiente, si las personas perdiéramos esa autonomía de elección no podríamos afirmar nuestra libertad. Es esta situación a la que me referí́ previamente, el Siglo XXI, de la mano de las tecnologías como el Big Data y los grandes desarrollos algorítmicos, ponen en tela de juicio nuestra autonomía para actuar.
Concretamente, si los sistemas algorítmicos, a partir de modelos estadísticos con millones de datos y muestras, pueden predecir el comportamiento humano, llegaríamos a la conclusión que realmente no somos tan libres, dado a que estamos siendo usados como una función: al estimulo X damos el comportamiento Y. Esta situación descrita sucede actualmente en plataformas como Netflix cuando la aplicación le sugiere al usuario películas o programas de televisión, ya que Netflix sabe que es altamente probable que el usuario elija ver esas sugerencias, porque los datos, del usuario y de miles más, así́ lo muestran. De esta forma, se crea una falsa ilusión de elección, el usuario no eligió́ propiamente la película o el show, fue la plataforma la que decidió́ por él y le dio el sentimiento de elección. Si bien el ejemplo es caricaturesco, denota que efectivamente los seres humanos podemos ser manipulados en nuestras elecciones por los algoritmos.
Ahora, no estoy proponiendo que a día de hoy los seres humanos seamos totalmente manipulables, pero con el avance de la tecnología y el perfeccionamiento de modelos algorítmicos se podrá́ modificar y predecir con mejor certeza las decisiones humanas. En tal caso, habrá́ una crisis debido a que el pilar fundamental de nuestras sociedades resulta ser falso, pues no habría una efectiva autonomía para actuar; en consecuencia, como se ilustró al comienzo de este artículo, instituciones como el derecho privado o la misma idea de estado carecería de legitimación. Estas y muchas otras situaciones se presentarán el día que el Big Data nos lea como una serie de reacciones bioquímicas en el cerebro que puede alterar con el estímulo adecuado, por lo que las sociedades deben empezar a cuestionarse el alcance al que pueden llegar estos modelos, de la importancia que tiene la libertad por nuestros ordenamientos políticos, económicos y sociales, y de cómo conciliar un avance en estos sistemas sin comprometer nuestra autonomía.
Estos vicios se reflejan en la baja aprobación y participación en las elecciones de sus integrantes de las que goza el Congreso. No obstante, sigue siendo fundamental para el Estado Colombiano, a pesar de que sus integrantes se han visto envueltos en escándalos de corrupción, parapolítica y por sus excesivos sueldos. Por ende, en el corto plazo es impensable derogarlo; pero si necesita una reforma, la cual solo se materializará a través de una movilización popular y un consenso de todos los colombianos, porque tal y como se maneja el poder, los únicos capaces de resolver los problemas, aparte del poder constituyente, son los mismos congresistas; y es claro que los honorables representantes no se sentarán por iniciativa propia a cambiar los procesos de los que tanto se benefician y derivan su poder.