OPINIÓN
2020-I
¿HASTA CUANDO?
Por: Pablo Monsalve
Es 1961 en Europa, estamos en un lugar donde las cosas nunca volverán a ser iguales, aquí la estupidez humana tomará todo su protagonismo. Es la noche del 12 de agosto y el muro más famoso en todo el mundo está comenzando a construirse y a su paso separa, sin discriminar, un pueblo que herido por la guerra y sus fatales consecuencias. Este muro, alimentado por el miedo, la repulsión, la ignorancia y la estupidez, se pensó como una medida de prevención y resultó provocando un sinfín de conflictos que hoy en día no han cesado. El mensaje de cualquier muro es claro: acá voy yo y allá va usted.
Soy un frecuente transeúnte del edificio de artes. Cada vez que paso por el segundo piso, un sentimiento amargo y frío recorre mi cuerpo al ver las cintas amarillas, las cadenas y los candados en las puertas de acceso a la terraza. Entonces pienso: ahí esta nuestro muro. Al escribir estas palabras volví al 19 de septiembre, recibí nuevamente la corta pero profunda noticia que me sacudió y me robó el aliento. Me hace sentir diminuto el escribir estas 620 palabras sin conocer una persona y la realidad que lo ha llevado a decidir terminar con su vida. Por eso, no me atrevo a intentar responder el por qué o el para qué de lo que ocurrió.
Y cada día encuentro ahí las cintas amarillas, separándonos de algo. En un momento en donde hay que juntar fuerzas para consolarnos y afrontar con sensibilidad lo ocurrido, aparece esta nueva barrera. Construida a partir de objetos tan simples pero poderosos, que nos aleja aún más de la razón y de la coherencia. Seguramente, la división está puesta allí desde el miedo, la repulsión y la ignorancia que tanto nos caracteriza.
Posiblemente no logramos percibir lo que una puerta cerrada significa para cada uno de nosotros. Muchas veces, no nos damos cuenta de que quien construye las barreras está al otro lado del espejo intentando protegerse ya sea con candados, con palabras o con cualquier tipo de rechazo. El hecho de haber cerrado dichas puertas no tiene sentido alguno. Estuve en desacuerdo en ese entonces y preferí callar; la respuesta frente a lo que ocurrió consistió en imponer más barreras, en mi opinión algo cuestionable, pues se debería apuntar a que estas desaparezcan.
¿Hemos realmente aprendido algo de los incontables muros que se han trazado alrededor de nosotros? Este tipo de situaciones son pertinentes para empezar a reflexionar sobre las barreras que creamos nosotros mismos se encuentran en todos lados y se alimentan día tras día con nuevas formas de rechazo.
Más allá de tener que ver todos los días una cinta de peligro y unos candados en las puertas, me atormenta el saber que las causas del problema no se están tratando con esta medida. Nos seguimos rodeando de muros creyendo que nos protegen, pero en realidad nos sumergen en nuestro yo terco y egoísta. Por eso es un tema que requiere una solución profunda, sustanciosa y continua. No la tengo, y creo que nunca la tendré, pero ojo, ya la historia nos ha dado pistas de por donde va la cosa.
El año pasado fue el aniversario número 30 de la caída del estruendoso muro de Berlín, y me asaltan las dudas sobre la duración de nuestros muros, de los que hemos creado, de los que somos prisioneros. No sé el futuro de las cadenas y los candados, no sé hasta cuándo estarán ahí, discriminando entre quién puede y quién no, alimentando nuestra estupidez y egoísmo. ¿Hasta cuándo seguiremos siendo prisioneros de nuestras murallas? ¿Hasta cuándo insistiremos en construir más barreras? ¿Hasta cuándo esperaremos para derrumbarlas?