CONSTRUCTIVAS
Estar bien con tu propio cuerpo, no es privilegio de todos
EL PESO DE LA BELLEZA
Vivimos en una sociedad donde lastimosamente la apariencia física es un factor sustancial. Cuidarse no está mal, pero ¿hasta qué extremo? Foro Javeriano trae el testimonio de una joven que ha lidiado con trastornos alimenticios por años, para comprender la realidad oculta que viven miles de personas todos los días.
Por: Sofía García-Reyes Meyer
Todos nos hemos mirado alguna vez en el espejo y hemos juzgado algo de nuestro cuerpo; que tengo un gordito, que no me gusta como me veo, que debo comer más, que debo hacer dieta. Lo normal. Sin embargo, para varios, esto se ha convertido un factor transversal en su vida. Muchos de ustedes creerán que lo problemas alimenticios, como la anorexia y la bulimia, son situaciones que pocas personas deben de sobrellevar todos los días. Pero la verdad es que no. Te aseguro lector que posiblemente varias personas cercanas, ya sea un familiar, algún amigo, uno que otro conocido, o hasta tú mismo, han sufrido o sufren de alguno de estos trastornos. Esto lo afirmo con seguridad, no solo porque los datos establezcan que un 9% de los jóvenes en Colombia tienen tendencia bulímica o anoréxica, sino porque me empecé a percatar, poco a poco, que había varias cercanas a mi alrededor que tenían que cargar con esa maleta de pierdas todos los días; y que preferían esconderlo, justamente para evitar algún comentario similar al que posiblemente los llevó, en primer lugar, a hacerlo.
Me di cuenta que era necesario ir a una fuente de primera mano; alguien que hubiera vivido la experiencia completa y me ilustrara, que es vivir con bulimia y anorexia, para así humanizarlo más y comprender que es un problema más común de lo que creemos.
Me contacté con Catalina, una estudiante de 22 años de la Javeriana, que me narró como ha llevado su trastorno alimenticio desde los 14 años. Me explicó que todo se retoma desde todavía más chiquita, al recibir ella ciertos comentarios; como el de su profesora de primaria diciéndole que era la más gordita del salón o el de unas niñas diciéndole que era más cachetona que su hermana. También cuando la incitaban en su casa a cuidar su peso, asegurándole que las niñas se engordaban cuando les llega la regla y que después era muy difícil bajarse de peso. Catalina me dijo que no fue eso lo que causó su problema, pero sí fueron factores que le despertaron ciertos pensamientos.
Pasaron los años y todo fue evolucionando hasta los 14, una edad donde uno deja atrás su cuerpo infantil y se empieza a interesar en su apariencia, para lograr ese “levante”. Catalina me explicó cómo empezó a sentir que estar delgada era un sinónimo directo de aceptación social y que ser la flaca de las dos hermanas era automáticamente un plus. Por lo que no tardó en empezar a informarse del tema y en restringirse fuertemente con lo que comía. Sin embargo, un día de hambre, la tentación le ganó, y comió lo que regularmente había dejado de comer. Fue ahí que fue corriendo al baño y vomitó por primera vez. Ya lo había intentado antes varias veces, pero no con un truco que había visto en internet, que le funcionó a la perfección.
A partir de este momento, para Catalina todo empezó a girar en torno a la comida, desde su horario hasta su vida. Pensaba siempre como iba evitar las comidas, cuando podía vomitar y cuantas calorías había consumido ese día. Me contó como anotaba en un cuadernito todo lo que comía, para saber que no se sobrepasaba de su meta de calorías. En un inicio consumía solo 1000 calorías y después decidió pasarse a 600, bien sabiendo ella, que el cuerpo de una mujer a su edad necesitaba por lo menos 2000 calorías al día. Me narró asimismo como conseguía su meta: en el desayunaba comía solo un cereal con leche, sabiendo la cantidad de calorías que tenía cada cucharada; luego almorzaba lo mínimo, evitando claramente los carbohidratos; por la noche, si estaba sintiéndose bien, comía otro cereal, y si no, ayunaba. No obstante, cumplir con su meta calórica no la eximía de vomitar.
Catalina me comentó que cuando empezaron las fiestas de 15 de los mayores, ella ya había sentido algún cambio. Sin embargo, no era suficiente, ella quería bajar más; puesto que para ella menor peso era sinónimo de más aceptación social, y, por consiguiente, más felicidad. Me narró como justamente en esa época se fue a un crucero con su familia; y al ser toda la comida ilimitada, se pasó gran parte de este viaje tristemente vomitando. Ella simplemente no se aceptaba como era, no le gustaban sus piernas ni tampoco sus cachetes. Tanto así, que a veces se pegaba cachetadas por eso. Empezó a sentir satisfacción cuando los demás comían cosas grasosas y ella no, mostrándose por el contrario como alguien fit y saludable. Sin embargo, fue ahí cuando le dejó de llegar el periodo por algún tiempo, empezaron a teñirse sus dientes de color amarillo por falta de nutrientes, sentía constante frio y se desmayó una que otra vez. Fue ahí cuando Catalina me comentó sobre “Ana y Mia”, un blog en una página web de la época, dedicada a darle tips a las Ana´s (anoréxicas) y las Mia´s (bulímicas) sobre como alcanzar sus objetivos.
Para ese entonces Catalina estaba vomitando unas 4 veces al día. Por más que hubiera aprendido a limpiar el baño y a esconder sus secretos, no pudo ocultar lo evidente ante los ojos: se había vuelto, no solo bulímica, sino anoréxica. Claramente sus papás la llevaron a un dónde una pediatra y una nutricionista. Le diagnosticaron un retroceso en su desarrollo, por la cual le había dejado de llegar el periodo, y asimismo le dijeron que efectivamente estaba anoréxica, asegurándole que, si no subía de peso, la iban a internar. Fue ahí cuando Catalina por primera vez se asustó, no por la gravedad del asunto, sino por el hecho de que si la internaban la iban a obligar a comer. Ella estaba pesando 42 kg para ese entonces; 15 kilos menos de lo que le correspondería a alguien de su peso y estatura. Sorprendida le pregunte si en ese punto sí sentía bien con su cuerpo y su peso, a lo que ella me contestó “yo quería ser la flaca, 40 kilos de salsa; yo quería hasta menos”. Me dijo que para ella en ese entonces, que le volviera a quedar su ropa de chiquita era buena señal, que le dijeran que estaba anoréxica era el mejor piropo posible y que no le llegara la regla era prueba que estaba alcanzado sus metas.
Llego diciembre, teniendo ella 14 años, y orgullosamente pesando 39 kilos. Sin embargo, en uno de los días de vacaciones, Catalina se miró en el espejo, y por primera vez, se vio como un esqueleto. Fue ahí cuando aceptó que no quería llorar más cuando vomitaba, que no quería sentir más ese dolor en la garganta después de hacerlo, que quería dejar atrás su obsesión con el peso, y que debía cuidar su cuerpo.
Durante todo el 2015 Catalina no vomitó ni una sola vez; ha sido el único año que lo ha logrado. Ella me comentó como todo este proceso es como una montaña rusa; a veces uno está bien y no lo necesita, pero después comienza a vomitar otra vez y es muy difícil volver a dejarlo. No obstante, Catalina ya lleva 7 meses sin vomitar, dedicándose a hacer deporte para contrarrestarlo. Me comentó como decidió cambiar su mentalidad, decidiendo que quiere un cuerpo sano y fuerte, en vez de uno delgado por tales medios. Claramente me dijo que es un fantasma que la seguía persiguiendo, pero que paso a paso, con la ayuda y apoyo adecuado, ha podido enfrentarlo.
Después de terminar mi entrevista con Catalina, no pude parar de reflexionar sobre el tema; esta situación tan compleja, no solo la vivía ella, sino también millones de personas todos los días. También me percate que era evidente como cada día más personas se veían afectadas por esto, ya sea por las redes sociales o por algún medio. Por esta razón, los invito a ustedes lectores a tengan cuidado con tus palabras, porque lo que no les afecta a ustedes, puede que sea el fantasma del otro. Asimismo, invito a las personas que sufren de esto, que no duden en buscar ayuda y enfrentarlo; y que tampoco olviden que la belleza no tiene peso.