CONSTRUCTIVAS
“La inteligencia no es una sustancia en la cabeza como es el aceite en un tanque de aceite. Es una colección de potencialidades que se completan” ~Howard Gardner.
Una Crítica a la Inteligencia
Amada, odiada, criticada, y anhelada, la inteligencia se ha convertido en el nuevo símbolo del estatus social moderno, la nueva riqueza intelectual que ha configurado en nosotros una nueva forma de pensamiento.
Fuente: Pexels
Por: Nicolás Gómez González
La inteligencia resulta una cosa sumamente curiosa. Bien sea por creer tener demasiada o muy poca es una de las cualidades humanas más importantes en nosotros, es ella aquella capaz de sacar lo mejor y al mismo tiempo lo peor de nosotros.
Pocos entienden o comprenden a aquellos que contemplan, pasivos e inertes, a la inteligencia como una mera habilidad, un don casi divino restringido a un grupo selecto de individuos, rezagándonos a nosotros mortales al cruel abismo de la monotonía y la cotidianidad mental. Este es el panorama que se ha creado ante nuestros ojos, capa por capa, ladrillo por ladrillo, hoy hemos perdido la noción de la inteligencia, le tememos tanto como la anhelamos.
Al verlo desde una visión objetiva, los estigmas de la inteligencia y las personas nos ha hecho ver un mundo patas arriba, tontos percibidos hoy como grandes maestros intelectuales y grandes mentes degradadas hoy a meros bufones de corte. Resulta normal tener una percepción dantesca, incluso confusa de la inteligencia, más de una vez nos hemos sentidos que no damos la talla cuando la realidad es que nos encontramos más capacitados que cualquier otro para hacer aquello que debidamente nos proponemos.
El problema no somos nosotros (a diferencia de aquello que nuestras sociedades nos han hecho pensar día tras día), se lo aseguro. La mera concepción de la inteligencia parece haber desaparecido en los negativos del tiempo y la incapacidad humana, desafortunadamente nos hemos autolimitado a dos esquinas de una balanza moral que hoy rigen al mundo. Genios o imbéciles, he ahí la cuestión.
Diariamente la inteligencia nos intimida, nos congelamos en el tiempo cada vez que dudamos de nosotros mismos, el frio aire de la duda y la inseguridad nos sopla disimuladamente en la nuca, aquel malvado “que dirán...” nos persigue en silencio, siempre hemos sabido que está ahí, expectante. - Horrible, ¿verdad? -
La inteligencia por sí sola no nos genera temor, es la persona en sí que tiene ese conocimiento aquella que nos paraliza, convierte la sabiduría en un arma que nos apuñala con cada sílaba, reduciéndonos a un simple estado de soledad intelectual. Así pues, un matemático, por ejemplo, es intimidante ante un escritor, o un filósofo ante un físico nuclear. Nos podrán dar largas charlas de temas que confunden nuestra mente, nos recordarán paulatinamente que no entender es pecado.
He aquí mi confesión, el conocimiento no hace a la persona, ni un número ni una calificación mide en la más mínima cuantía cuál es nuestro valor intelectual, hemos de arrancar ese obsceno pensamiento de nuestra mente.
Entre aulas y pasillos, parciales y trabajos el miedo permanece inerte, el miedo y la duda despiertan, lo hace ya cíclicamente en aquellos momentos donde nosotros y solo nosotros hemos de enfilar baterías y probarle al mundo cuanto valemos, cuanto sabemos.
Hemos de atribuir a la exageración la creación de ese misticismo que tenemos los seres humanos frente a la inteligencia. Detrás de lo que denominamos como una persona “inteligente” no obviamos que hay problemas reales, son tan humanos como la vida misma; sienten, sufren, ríen y lloran al igual que nosotros, si equilibramos estos aspectos encontramos la grandeza del hombre, de lo contrario nos quedamos con la imagen decadente y estéril del mismo.
Nos hacemos a la persona a lo que nos hacemos de nuestra inteligencia, nada nos predestina a ser genios que devoran bibliotecas enteras o cuestionan la tela de la realidad misma, somos simples mortales dotados de un don que nos destruye con cada estigma que nos imponemos, (yo mismo he creído a veces que no digo o hago nada inteligente, pues solo me limito a hacer y decir lo estrictamente necesario para sobrevivir).
La realidad es diferente, somos genios a nuestra forma, nadie más piensa exactamente como nosotros, nadie actúa igual que nosotros, esa particularidad es aquello que nos eleva del resto a niveles que usted, estimado/a lector/a no podría ni imaginar, quizá sea momento de oír esto más a menudo en nuestras vidas.
Para muchos la inteligencia puede llegar a ser una bendición, pero para aquellos que no saben o no entienden cómo dejar de caer en el abismo, o que, durante la caída, ya han encontrado razones más que suficientes para no querer parar de caer esto les será siempre un consuelo.