CULTURALES
¿Dónde fallamos?
Un problema más
Un acercamiento a la cultura. Lo que somos, cuál fue esa realidad que creamos.
Por: Orlando David Buelvas
La misa cada ocho, el sombrero ‘vueltiao’, el Vallenato, Joropo, Porro, la Salsa, los Carnavales, el ron, el guaro, el baile del garabato, el tamal, el mote, la bandeja paisa, el día de las velitas, la ruana, el acento costeño, el paisa, los rolos, el carácter bumangués, la historia, lo que no fuimos, los apellidos y más. Es lo que hicimos de la cultura, lo que hicimos de nosotros.
La necesidad de encajar en una comunidad no es ajena a la naturaleza del hombre, es seguramente el primer objetivo que perseguimos desde el primer momento en que tomamos consciencia de la vulnerabilidad presente frente a las amenazas exteriores. Por ello se sacrifican aspectos fundamentales, inherentes a los instintos más humanos. La cultura toma el protagonismo sin avisar, conduciendo sin parajes el destino a fuerza de costumbres difíciles de fundamentar. No es entonces extraño, que a cambio de ese acceso a la vida en comunidad se permitan comportamientos irracionales.
En este sentido, no es por azar que en las misas todos se den la mano, pero en las calles no se reconozcan. Que el hombre infiel sea aplaudido y la mujer sea una zorra, que los colegios más religiosos no sean más que un cultivo de sentimientos reprimidos, que la discriminación sea burla en ciertos sectores y el pan de cada día en otros. No son incoherencias, es cultura.
Así, nacen ideas ridículas como lo es “la perfección”. Encajar en todos los moldes sociales sin detenerse un momento a cuestionar, reflexionar o liberarse de expectativas nunca cumplidas. Estas recaen sobre los hombros de los más inocentes como una condena histérica de quienes no lograron cumplir con tales aspiraciones morales. Se reprime y fuerza al individuo a negarse como tal por cuestiones ajenas a su voluntad. Cultivando en el inseguridades y miedos.
“Cuánto más perfecto luzca uno por fuera, más demonios lleva por dentro” – Freud.
Por otro lado, se crea un peligroso ideal sobre la felicidad acompañada de prejuicios venenosos para el espíritu del hombre. Ser ajeno a estos impulsos es casi una condena. La libertad se convierte en un privilegio donde los menos afortunados son juzgados ferozmente, en un descargo de energías renegadas por parte de la comunidad, mientras los más poderosos serán siempre aplaudidos sin importar sus hazañas. Sucede esto en múltiples ejemplos, como el hombre que engaña a su mujer; terminando ella siendo la culpable o cuando el pobre es juzgado por manifestaciones que cualquier hombre de otra posición social también desarrollaría, pero sin el peso de ser juzgado vehementemente; como alcoholismo, adulterio, soledad, entre otras.
Vago ejemplo por mencionar puede ser aquel campesino que por allá en el 2012 fue recluido en la cárcel de Villanueva por robar un caldo de gallina, mientras otros políticos salieron indemnes de escándalos, que al ser tantos, mencionarlos se convierte en un ejercicio frustrante. Entonces, el juicio moral no es más que un cambio de roles. En esta la agresividad persigue a quienes se presentan como vulnerables pues sobre ellos se puede descargar toda la frustración que la vida y el destino han postrado sobre los que tiran la piedra. Siendo este caso no un referente a la libertad, sino más cercano al miedo.
Así, la renuncia a las satisfacciones humanas termina conllevando al hombre a rendirse ante lo que es aceptado. La cultura manifiesta con arrogancia la vía establecida, escoge desde los gustos básicos hasta las situaciones que deben causar repugnancia en el espectro social. El hombre se niega para no volver a sí, para encontrar la paz que su rebeldía le costo. Nace entonces un sentimiento de culpabilidad por no pertenecer, por no cumplir con lo que se consideró normal en su momento. La búsqueda del sentido de la vida no termina siendo más que un absurdo del ego antropológico en su afán por mantenerse como centro del conjunto de condiciones existenciales que él mismo creo.
Queda entonces la felicidad. La verdadera felicidad. Como el objetivo principal y real, tan basto que ni siquiera el ego del hombre más adusto o histérico puede negar. La felicidad se convierte en la conquista y en la batalla que todos debemos librar para encontrar un lugar fuera del ajetreo externo, un sitio de paz, que, aunque no es continuo, vale como el primer motivo para alcanzar la libertad.